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REVISTA LITERARIA

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Testimonio

  • Foto del escritor: Elipsis Diseño y Maquetación
    Elipsis Diseño y Maquetación
  • 15 abr
  • 2 Min. de lectura

R e g i n a K o e n i g

Narrativa



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Fue en domingo. Yo me acuerdo que fue en domingo. Las peores cosas pasan en domingo. Si yo me acuerdo bien clarito: Llegó la Chila desde la Ceiba, un chamaco colgado de un brazo y la despensa agarrada con la otra mano; llenita, llenita. De eso me acuerdo. Ey, si ya hacía rato desde que el tianguis no se ponía y todo había que comprarlo con el patrón, usted ya sabe. Así que vino la Chila y la vi cargada y me puse yo bien contento. Ya hasta que me acerqué fue que vi a la Mari que venía atrás de ella. ¿Cómo no la va uno a ver? Si llama la atención de lejos, la condenada, con sus vestiditos que siempre le pone la abuela, esos que tienen tul y esas cosas, aunque siempre acaben manchados. «Ya mero llegas», le dije a la Chila. Y como que al principio no me había oído. Yo creo que venía bien cansada; no dejaba de resoplar a cada rato, pero como que se aguantaba. Se lo tuve que decir dos veces. Ya luego que me escuchó, cuando estaba más cerca, ya entonces me dijo: «Chente. Mira, Chente, te voy a dejar al Manuelito un rato, y la niña para que lo cuide, porque tengo que ir a dejar esto al coruco y luego volver por lo que falta», así merito me dijo. ¿No se lo dijo ella? No sé si se olvidó, pero yo bien que me acuerdo. Ya supe que iba a ocupar ayuda. Por eso me ofrecí, no había de otra: o me la dejaba o a ver ella qué hacía. Y pues claro que me iba a decir que sí. No, no había de otra. Y le dije que sí, que yo se los cuidaba. ¿Cómo no se los iba a cuidar? Si desde morritos que conozco yo a esos chamacos. Todavía ni hablaban esos plebes cuando ya me tocaba subírmelos al lomo para que no fueran a hacer travesuras... Ey, cada que iba con doña Cuca a visitarlas. Ya sabe, porque uno a veces les hace favores. Son puras mujeres solas y de vez en cuando les falta un hombre, ya sabe: que les eche uno la mano. Porque uno ayuda sin esperar nada. Eso dicen. Y la Mari que me miraba calladita. Con esos ojos, ya sabe. No hablaba mucho, pero miraba. Siempre miraba. Pero qué le iba uno a decir, si la Chila quería ir ella sola, que si no se apuraba la iba a alcanzar el solazo, que si era mejor ir apartando lugar. Mejor no decirle nada. Mejor que se fuera de una vez. Nomás me dejó con los niños y se fue. Y yo ahí, con la Mari y el chamaco. Nomás un ratito. Todo fue en un ratito. Si me conociera, sabría que yo a la niña nunca le habría hecho nada. Se habría chingado todo si hablaba. Nunca me perdonaría yo mismo. A los chismes no hay quien los pare, si no lo hace uno de raíz. Cada día, cada noche. Ni un minuto me habría dejado tranquilo. Porque uno tiene conciencia.

 
 
 

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