top of page

REVISTA LITERARIA

2021-07-19 LOGO VISION CON FUTURO 2025 UAS - COLOR.png
Logotipo_UAS.png
logo-filosofia-v1.png

Mis palabras para ti

  • Foto del escritor: Elipsis Diseño y Maquetación
    Elipsis Diseño y Maquetación
  • 15 oct
  • 5 Min. de lectura

Por Puré de Papa


ree

Fotografía de Mylén



Si alguna vez le hubiesen preguntado si le daría un golpe a su padre, habría dicho que no. J pensaba que la violencia no era una buena forma de responder a la violencia. Si se defendía de su padre, él iba a golpearlo de regreso con más fuerza; por dicha razón, y por considerar que algún día el sonido de botellas de vodka rompiéndose y los puñetazos en su cuerpo acabarían, nunca se atrevió a levantar ningún dedo contra él.

Cada vez que llegaba a casa, su corazón le golpeaba el pecho con rapidez. Sabía que los regaños vendrían tan pronto los ojos de su padre lo miraran, que tal vez le lanzaría lo primero que tuviera a la mano y, de tener suficiente energía, vendría hacia él para golpearlo tan fuerte como para dejarle marcas: aunque apenas se le venían a la mente cuando R estaba cerca. A veces, J solo tenía que ver a su amigo a los ojos o escucharlo para que las mejillas se le calentaran. R debía de considerarlas conversaciones comunes que se podrían tener con algún amigo, pero para J, se repetían sin parar en su cabeza, antes de dormir, o al escribir haikus para él en su cuaderno en un código que R parecía no entender pese haber leído cientos de ellos.

J recordó el sonido del agua corriendo, pájaros volando en el cielo claro y despejado. Una brisa fresca chocaba contra su cuerpo, húmeda como en cualquier otro verano.

Se le vino la imagen de R leyendo uno de los haikus que le pedía leer en voz alta:

En el sol veo claro

un corazón que ciega

a una tal luna

—A mí me suena bien —articuló R, sin permitirle a J más tiempo para preocuparse de qué diría—. Hoy llevas vendajes.

El cuerpo de J se congeló hasta que segundos después escribió en una hoja limpia de su cuaderno:

«Me lastimé».

R entrecerró los ojos como cada vez que le respondía algo similar en la misma situación. La mirada de J se desvió hacia alguna parte del horizonte con la esperanza de que la conversación cambiara en algún momento. Se concentró en el río con agua que fluía hasta un lugar cuyo final apenas divisaba. Se dijo a sí mismo que solo un par de segundos bastarían, y fue el tiempo que le llevó dirigir la punta del lápiz a su cuaderno.

—¿Que te lastimaste, dices? Qué tontería.

J detuvo al lápiz de tocar la hoja de papel.

—¿Tu teléfono aún sirve?

J asintió.

—La próxima vez que estés en problemas, llámame, así me deberás una.

En su cabeza se negó la posibilidad de que haya un problema futuro que requiriera la ayuda de R.

«¿Y si te llamo por accidente?»

—Entonces sabré que no hay problema si por accidente desaparezco tus libretas y lápices.

«No serías así de cruel».

—Quién sabe —respondió R con una sonrisa juguetona y maliciosa.

De aquello ya habían pasado meses. A J comenzaba a parecerle sencillo encontrar momentos adecuados para pasar la tarde junto a él y conversar a su manera sobre cualquier tema que se le viniera a la mente.  Poco importaba las horas que pasaban juntos o que sus llegadas tardías a casa le provocaran enfrentamientos con su padre. Prefería mil veces que el corazón le latiera con rapidez por miedo a que el tiempo en lejanía de R creciera, pero no por eso debió llamarlo al llegar a casa después de que su padre encontrara dibujos de ambos en las páginas de cuadernos que su padre nunca revisaba. Porque un pánico que aludía a su propia muerte lo invadió, J llamó al único teléfono en sus contactos y solo cuando R llegó agitado a la puerta de su casa, vio a su padre gritarle a alguien que no fuera a él, tener sangre en sus manos que no era la suya después de que una botella de vodka se quebrara en un cuerpo que tampoco era el suyo.

Al ver que su padre estampaba un puñetazo tras otro en el cuerpo de R, J forzó a su garganta en un intento de sacar una voz que tenía años sin aparecer, repitió dicha acción una y otra vez durante segundos en los que solo expulsó aire, que entraba tan rápido como le salía de los pulmones. Su cabeza se trabó en recuerdos de las usuales palabras calmadas de R y al mismo tiempo, en sus quejidos de dolor; en el rostro que le parecía tan bien definido que atraía miradas con facilidad, en las marcas que se iban sumando una tras otra; en su aroma a café y como este lo abandonaba por el de la sangre que le brotaba de la cara.

Pensó en la imagen de R llegando por la puerta de su casa después de recibir su llamada, en cómo le gritó que saliera de ahí, pero el cuerpo de J se tensó tanto que hasta la respiración le flaqueaba.

No tenía el poder ni la fuerza para detener a su padre. Nunca funcionó cuando su madre estaba viva. Por eso dudaba que hubiera alguna diferencia al intentar frenarlo ahora. Se dijo que no podía, estaba convencido de ello; aun así, debía hacer algo si quería que la persona más importante para él viviera.

Agarró a su padre de los brazos con fuerza, tanta como le fue posible, pero insuficiente para detener el puñetazo que lo tumbó al suelo. Dolía, pero se dijo que no era peor que la situación de R.

A J le pareció que su padre estaba tan ocupado en lo suyo que no iba a encargarse de la basura de hijo que tenía, esa mierda, esa escoria, como decía él. Se puso de pie tan rápido como pudo, inhaló como nunca antes lo había hecho y levantó una silla con esos brazos llamados débiles miles de veces por su padre. Aunque no por eso J confiaría en ese juicio de valor.

J estampó el mueble de madera en la cabeza de su padre, tumbándolo al suelo, al igual que la silla. Sintió que su padre sería más rápido en levantarse que J de utilizar la misma estrategia con la silla, así que chocó el puño tembloroso contra su nariz tan rápido como pudo. Se dijo que tal vez no debió abalanzarse a él como lo hizo ni golpearle el rostro una y otra vez. J podía ser la rata miedosa e inútil que su padre creía que era, un parásito sin voz, pero R no era una porquería, ni una aberración del universo, tampoco un marica que corrompió a aquello que llamaba de todas formas menos hijo. Entre los dos, J solo se llamaría marica a él mismo y también un debilucho, pero si se trataba de alguien como R, recibiría todo el dolor que fuera necesario; se tragaría las lágrimas, el miedo y tiraría puñetazos hasta que cada rastro de conciencia en su padre se esfumara.

Con cada golpe sacaba su frustración, su miedo y odio, tanto que las ganas de golpear incrementaban. Solo cuando fue consciente de eso, se aterró y recupero el sentido suficiente para detener su propio cuerpo. Lo hizo para inhalar y exhalar en repetidas veces mientras veía con desgano la sangre regada en el suelo y el rostro desfigurado de su padre.

Como si nunca lo hubiese hecho en la vida, se puso a llorar ahí mismo, aun pese a que su amigo seguía en el suelo con los ojos puestos en él, frente al cuerpo de aquel que lo había tratado de débil: un llorón. Le demostró a su padre que era más que sus palabras, ¿a qué costo? De solo pensar en que R lo vio de esta forma le entraron ganas de vomitar.

J se acercó las manos a los ojos para secarse las lágrimas hasta detenerlas cuando reparó en la sangre que las manchaba. Sintió alegría, frustración, odio. Al fin había respondido a todas las palabras de su padre.

 

 
 
 

Comentarios


Revista literaria

logo.png

Revista literaria organizada por estudiantes de la Universidad Autónoma de Sinaloa y la Universidad Autónoma de Madrid.

#ElipsisRL

Archivo

Formulario

© 2035 by by Leap of Faith. Powered and secured by Wix

bottom of page